Soy una sobreviviente del terremoto de 1972. Esta es mi historia
La nicaragüense Claudia Guadamuz cuenta, en primera persona, cómo fue para ella nacer el día de una catástrofe. No una cualquiera. Una ocurrida en víspera de Nochebuena y que devastó la capital del país hace 50 años

Hace cincuenta años encontraron bajo un colchón a una bebé, apenas minutos después de que el hospital donde recién había nacido se resquebrajara debido a los movimientos de un terremoto. Era 1972 y la recién nacida era yo.
Poco más de 12 horas después de haber nacido, y con las narices casi enterradas en polvo, mi madre me levantó en sus brazos. Estaba recién parida y había andado de rodillas revisando cuarto por cuarto el piso de neonatos buscándome. En medio de los gritos, llantos, oscuridad, fuego, sirenas y caos, esa mujer tuvo la suerte de no perder a su hija, aunque tal vez tuvo la mala suerte de perderse a sí misma. El trauma que le causó la catástrofe no la abandonaría por varios años.
Mi padre sobrevivió de milagro al derrumbe del edificio de cuatro pisos donde vivía su recién formada familia. Pero en el norte del país, la familia de mi madre apenas se enteraron del terremoto, nos daba por muertas a ambas. En medio de la confusión y las noticias de la radio sobre la tragedia, todo parecía indicar que las probabilidades de sobrevivir al sismo eran casi nulas.
Nadie podía ni siquiera imaginar que esa mujer había logrado salir del hospital con una recién nacida, pero la solidaridad de la gente —que se vuelve inmensa durante este tipo de tragedias— fue determinante para que ambas sobreviviéramos.
Cuentan que la primera “pacha” de leche que me dieron fue hecha con agua del lago de Managua porque no había agua potable en ninguna parte. No solo fue el milagro de sobrevivir al terremoto, sino también sobrevivir a un biberón preparado con agua de un lago en vías de contaminación.
“¡Mamaaaaaaa… me saliooooó la Leonor!”, fue el grito que se escuchó cuando 24 horas después llegamos a la casa de la abuela en Estelí. Todos pensaban que mi mamá estaba muerta y asustados de la visión que miraban en la puerta, pensaban que era su espíritu despidiéndose de ellos. Ustedes saben, algo así como en los cuentos de Lencho Catarrán en los que los muertos vienen a hablar con los vivos.
Mi padre eventualmente también llegó a Estelí, convencido de que era viudo, ya que en el hospital no encontró ni rastro de su mujer. Con una gran herida en la cabeza y con el alma en la mano llegaba a dar la mala noticia a la suegra, sin imaginarse que su pequeña familia estaba a salvo.
Esta es la historia que escuché durante casi toda mi vida, durante cada cumpleaños, durante cada Navidad. Siendo niña era difícil procesar esa historia, pero a medida que maduraba me daba cuenta de la gran fortuna que nos había acompañado a mí y a mis padres durante esa noche.
Todavía hoy, cuando la cuento a mis amigos y a mi propia familia, la cara de asombro y sorpresa me hace sentir especial. Soy una sobreviviente del terremoto, cuando todo estaba en mi contra e infinitamente vulnerable el universo me protegió y sobreviví. Este ha sido mi mantra hasta el día de hoy.
Mis primas mayores me hacían bullying en medio de carcajadas, me decían que mi mamá no había encontrado a su bebé y agarró al primero que miró, por lo tanto yo no era su hija. Me hacían dudar en serio, pero cuando la duda era muy grande me daba cuenta de que mis ojos saltones también los tiene mi papá y que tengo su pequeño tamaño. Así me calmaba.
Siempre me ha inquietado el destino de todos los que nacimos ese día. ¿Dónde estamos? ¿Cómo impactó a nuestras familias aquel evento? ¿Qué hemos hecho con esas historias que marcaron un antes y un después en nuestro país? Pero sea como sea, les digo: hay que ser bien nica para sobrevivir a tantas adversidades de la vida.